Cuando estaba en el secundario, el bravucón de tercer año me dio un puñetazo en el estómago. No sólo me dolió sino que me enfureció, aunque debo admitir que más intolerables me resultaron el mal rato y la humillación.
¡Quería vengarme a toda costa! Planeé encontrarlo al día siguiente en el estacionamiento de bicicletas y darle una paliza. Por alguna razón, le conté mi plan a Nana, mi abuela. Gran error. Me dio uno de esos sermones de cuatro horas. El sermón fue un plomo, pero, entre otras cosas, recuerdo vagamente que me dijo que no necesitaba preocuparme por él.
Dijo: “Las buenas acciones tienen consecuencias buenas y las malas, consecuencias malas”. Le dije que yo hacía cosas buenas todo el tiempo y que lo único que obtenía a cambio era “basura”. No obstante, siguió en sus trece:
Dijo : Cada buena acción que hagas volverá a ti algún día y cada cosa mala que hagas también volverá “, insistió.
Tardé treinta años en comprender la sabiduría de sus palabras. Nana vivía en una pensión en California. Todos los jueves pasaba por allí y salíamos a comer. Siempre la encontraba muy bien vestida y sentada en una silla junto a la puerta de calle. Recuerdo con toda nitidez nuestra última cena juntos antes de que la internaran en un hospital.
Fuimos a un restaurante. Yo pedí un bife para Nana y una hamburguesa para mí. Llegó la comida y yo empecé en seguida a comer. Noté que Nana no comía. Simplemente, miraba la comida en el plato. Corrí mi plato a un costado, tomé el plato de Nana, lo acerqué y corté su carne en pedacitos. Luego volví a poner el plato delante de ella.
Mientras con gran dificultad pinchaba la carne y se la llevaba a la boca, sentí el impacto de un recuerdo que enseguida hizo brotar lágrimas en mis ojos.
Cuarenta años antes, de chiquito, sentado a la mesa, Nana siempre tomaba la carne de mi plato y la cortaba en pedacitos para que pudiera comerla.
Habían pasado cuarenta años, pero la buena acción se veía recompensada.
Nana tenía razón.
Cosechamos exactamente lo que sembramos. “Cada buena acción que hagas algún día volverá a tí.”
Este mes nos da la posibilidad de mirar nuestras vidas, de hacer una autoevaluación de cada acción y pensamiento, sabiendo que las acciones de hoy, volverán algún día no solo a nosotros, sino a nuestro mundo.
Jonathan iba a primer año del colegio secundario y estaba excitado y ansioso por participar en el día del deporte.
Mientras sus padres observaban expectantes desde las gradas, corrió y ganó la primera carrera.
Se sentía orgulloso de su condecoración y de los gritos de la gente.
Corrió la segunda carrera.
Justo al llegar a la línea final, cuando habría ganado de nuevo, se detuvo y salió de la pista.
Nadie entendía su actitud.
Sus padres se acercaron y le preguntaron:
¿Por que hiciste eso, Jonathan?
Si hubieras seguido corriendo, habrías ganado otra carrera.
Jonathan inocentemente contestó:
Mamá, yo ya había ganado una, ya tenía una condecoración.
Sebastián todavía no.
La parasha de esta semana nos enseña a mirar a nuestro alrededor, a ver el mundo que nos rodea, a elegir.
Que podamos como Jonathan, ver la otra cara de la moneda e intentar a través de nuestras actitudes hacer un mundo tal como nuestro Creador soñó, eligiendo todo aquello que nos eleve como seres humanos.
